COLOMBIA PERDIÓ LA GUERRA CONTRA LAS DROGAS.

Que Colombia perdió la guerra contra las drogas, afirmó en las últimas horas el ex presidente, Juan Manuel Santos, en el marco de un panel organizado por los promotores liberales de la iniciativa del Acto Legislativo para facilitar la “Legalización de la Marihuana de uso recreativo” que cursa en el congreso de la república para debate.
En el acto participó el expresidente y jefe del Partido Liberal, César Gaviria Trujillo, afirmando también que el prohibicionismo no funciona para combatir el narcotráfico.
Dichas afirmaciones no tendría mayor relevancia sino fuera porque quienes coinciden en ellas son dos reconocidos expresidentes: Gaviria, portador de las banderas del primer líder político en alzar su voz y denunciar la presencia de ese «enemigo peligroso» en la política y en la sociedad, al que calificó de “amenaza grave contra la democracia y el Estado” y por enfrentarlo decididamente fue asesinado en su carrera por alcanzar la presidencia de la República, en la que de otro modo era inatajable, Luís Carlos Galán Sarmiento; y, Santos, ex ministro de defensa, de hacienda pública, presidente por dos períodos y nobel de paz.
En primer lugar se debe empezar por decir que en la historia reciente de Colombia se estila ahora reconocer la guerras cuando o se va a intentar buscar acuerdos de paz o se declara perdida.
Los problemas que enfrenta el país ante la justicia internacional por el uso de bombas y otras armas de guerras convencionales internamente o con violación de fronteras, son precisamente por no haber reconocido previamente la guerra interna o convulsión interior como heufemísticamente la llama.
Aquí, la verdad sea dicha, la única guerra que se libró fue la del cartel de las drogas contra el Estado que la declaró el extinto capo del narcotráfico, Pablo Escobar Gaviria, ante la timorata reacción del gobierno Barco por el magnicidio de Galán.
La guerra interna fue contra las Farc, ahora en postconflicto «en camino de trizas»; y continúa con las disidencias que fueron empujadas a empuñar de nuevo las armas y contra las que se negaron al acuerdo de paz antes de su firma; contra el Eln, el Epl y otras organizaciones disidentes violentas que subsisten.
Los carteles de la droga se han entendido no sólo con la dirigencia política del Estado, sino también con el cartel oficial de las “Tres Letras” y con la dirigencia de la subversión armada o la versión “paramilitar”; lo han hecho a placer, de paños y manteles, financiando campañas electorales y entregando cuotas del negocio o pagando celaduría de cultivos y laboratorios o gramaje, facilitando su infraestructura logística para todo tipo de usos, aún para enfrentar a la subversión, a los paramilitares o para ablandar a otros carteles que no se avengan a los acuerdos con la corrupción estatal.
¿Cuál guerra?
Se haría harto y largo de enumerar las relaciones entre la dirigencia política y las mafias del narcotráfico y las acciones narcotraficantes estatales a través del Das, valijas diplomáticas, falsos bloques de paramilitares, compras de franquicias y otras desvergüenzas, que sostienen con la mentira, la acusación a enemigos, cortinas de humo; y en últimas, a sangre y fuego, apagando las voces de honrados líderes populares o de autoridades tradicionales étnicas o de dirigentes de movimientos sociales y sindicales o de la oposición.
A los ojos de la opinión pública lo que ha existido no es una guerra sino un contubernio de apoyo estatal a las luchas entre carteles tomando partido por quienes les apostaron en el poder y una entrega del régimen político dominante a la corrupción, al paramilitarismo y al narcotráfico, acabando con la democracia, la dignidad de la Nación y desembocando en un Estado Fallido, que fue el peligro que avizoró Galán.
No hay que buscar más autores intelectuales del magnicidio, allí aparecen sus beneficiarios directos, no hay que buscar los sepultureros de la democracia en Colombia, allí están los que se negaron el Estado Posible, justo y democrático; y allí aparecen, de cuerpo entero los autores intelectuales o copartícipes de los crímenes de los dirigentes sociales y de oposición; allí están quienes quieren llevar hasta con la destrucción total de las familias a la destrucción de la sociedad entera.
Reduciendo a cifras económicas hoy y a las amenazas de descertificación que les “produce rabia” los que fueron sus argumentos para afincar el poder neo-colonialista de los Estados Unidos a través de sus gobiernos.
Consulten a las millones de madres solteras víctimas de las adicciones de sus hijos si desean que más familias sigan destruyéndose y sus hijos tengan como destino la calle, la delincuencia o la mendicidad y las “campañas de limpieza social” hasta donde alcanza el largo brazo de “la mano negra”.
Díganle a la opinión pública a que alianza público-privada de carteles le están cumpliendo ese mandato y si existe ya pacto de paz entre ellos para distribuirse o redistribuirse el mercado del microtráfico, actualmente convertido en la principal empresa criminal amparada por la corrupción oficial y de monopolio exclusivo del paramilitarismo.
Cuánto indecoro para el liberalismo, cuánta deshonra para la memoria de Luís Carlos Galán, cuánta indignidad para la Nación juntas.
Por fin moldearon la dimensión del Estado que le ofrecen recreativamente a los Colombianos para consolidar y controlar el sucio negocio de la droga y la corrupción política: del Estado Alcabalero al Estado Narco-paramilitar.

 

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