Por: Julio francisco Ruiz Miranda, ex Procurador Judicial ante el tribunal Administrativo de Córdoba
Entre las variadas acepciones que tiene la palabra Escatologia,he optado por aquella que tiene el significado de “parte de la teología que estudia el destino ultimo del ser humano y el universo”.
En este orden de ideas, la única realidad absolutamente cierta e indiscutible, es lo que humanamente llamamos muerte, la cual es un misterio en tanto presupone dolor, tristeza, sufrimiento y nostalgia en los que se quedan en el plano terrenal, y, paralelamente propicia descanso, paz y alegría en los que emprenden el viaje hacia la casa originaria. Nadie, absolutamente nadie, sin excepción alguna, tiene la capacidad o el poder de eludir a la hermana muerte. No hay ser viviente en el planeta que escape a su invitación y designio.
Como hecho biológico que implica la cesación multiorgánica de la escafandra que llamamos cuerpo, la muerte es la finalización de un proceso terrenal, pero al mismo tiempo es la apertura de la puerta que conduce a la eternidad; porque el deceso es en la más profunda escatología cristiana, principio y fin, fin y principio. Es un nuevo modo de vida, y, coetáneamente un cambio de estado, para estar espiritualmente en la presencia del padre, y habitar en la morada que a todos nos tiene preparada.
A través de lo que llamamos muerte, si somos sensatos, podemos entender cuál es la misión vital en este mundo, que no es otra, que la de ser embajadores de paz, de amor, de servicio, de alegría y la de transformar el corazón de piedra en corazón de carne. .
La riqueza material mal habida y peor empleada, o sea, la que únicamente sirve de base para hacer importante tanto al ignorante y arrogante, como al soberbio y vanidoso, es una oscura quimera que ineluctablemente conduce hacia la derrota en tanto configura el diabólico negocio de ganar el mundo perdiendo el alma.
Testimonia la memoria inmarcesible de la historia, que en este mundo, es verdaderamente exitoso el hombre que movido por el poder del amor ha hecho suya la consigna de “vivir para servir”, so pena de” no servir para vivir”; y fracasado quien haya hecho de su vida un motor de odio para causar daño en cualquiera de los escenarios en que le haya correspondido actuar.
La oportunidad de tener vida, y máxime una existencia longeva, es de suyo una gabela para preparar apropiadamente la partida desde la plataforma terrenal, mediante la realización del examen de conciencia, el arrepentimiento, la autocorrección, la reconciliación y el perdón de doble vía. Todo esto, nos permite dejar un legado de humildad y valentía con destino a las generaciones que nos secundan in saecula saeculorum.
Todos necesitamos perdonar y ser perdonados, desde los más cercanos hasta los más lejanos. ¡Esto es lo que hace libre! El éxito de un ser humano no se valora por lo que materialmente amasó, ni por los honores, ni por los títulos terrenales, cualquiera que haya sido su origen:- pulcros o fementidos, auténticos o mediocres-, sino por el gozoso placer de haber hecho el bien sin mirar a quien, no esperando recompensas, y sin imponer condiciones. Dios abomina al soberbio y al odiador,pero ama al pecador y repudia el pecado. Es por ello ,que Dios escribe derecho sobre renglones torcidos.
Dichoso el hombre que antes de morir logra la madurez espiritual, alcanza la reconciliación plena y puede decir, somos inmensos ante los ojos de Dios, aun cuando nos hayamos visto pequeños por nuestra propia ceguera.
La frase célebre acuñada por el pensador al decir: “ Vida nada te debo, nada me debes”, tiene un fondo falso, en tanto que todos dejamos deudas pendientes durante nuestro periplo existencial, como el amor que no dimos, las gracias que no ofrecimos, la palabra mal dicha, la ofensa propinada, el servicio no prestado, el deseo malhadado, la sinceridad disfrazada, la prosperidad envidiada, el rencor retenido , el odio derramado, y la perfidia de escalar algunos peldaños del poder temporal no para servir, sino para robar y engañar. Inútil, es esconder estas cosas ante los hombres, porque no son invisibles a los ojos de Dios, quien nunca puede ser burlado.
Dios nos hizo iguales y nosotros nos consideramos desiguales; pero la ecuación divina se restaura cuando la muerte nuevamente nos hace iguales. En la balanza del Dios eterno, imparcial e insobornable, pesará más quien mejor lo honró, sin importar que tanto tuvo o no tuvo en este mundo, desde riquezas terrenales hasta concurrencias multitudinarias en el sepelio.
El retorno a la casa del padre en el cielo es gloriosa, cuando en la tierra hemos practicado el amor bajo el nombre de solidaridad; cuando hemos predicado su evangelio con nuestro modo de ser y de obrar, y solo si era necesario con palabras; cuando brillamos no para nos vieran, sino para que apreciaran a Dios a través de nosotros como continuadores de la revelación que Jesús emprendió hace más de 2000 años. Entonces, solo entonces, podremos decir aquí y allá, EFETA SEÑOR.