POLITICA Y PODER

Por: Julio Francisco Ruiz Miranda

   Las crisis en la vida no son situaciones para afrontarlas con miedo o con ira, como reacción para camuflar lo primero.

Cuando se rectora la conducción de un gobierno y por lo tanto se capitanea un país, todo lo que acontezca a nuestro alrededor debe ser enfocado y asumido con el espíritu y la acción de Líder.

La calidad y reconocimiento de Líder la otorga el soberano popular cuando se le escucha, y, en sintonía con sus necesidades, se lucha cualquiera sea el rol que se tenga.

Los mayores enemigos y por ende los peores consejeros del gobernante son los cuatro demonios del alma: La soberbia, la prepotencia, la arrogancia y el orgullo, puesto que enceguecen la visión y obnubilan el entendimiento.

La serenidad, la mesura, la paciencia y la tolerancia no son manifestaciones de debilidad, sino por el contrario, expresiones de seguridad, confianza y dominio emocional.

El gobernante, cuando conoce la sociología de su pueblo, y es consciente de sus problemas, no se sorprende de las acciones y reacciones de éste. Aun cuando tiemble la tierra por la fuerza telúrica de su gente, el gobernante no debe ver en su energía una conspiración para destruirlo, sino por el contrario, una oportunidad para superar los factores de poder oligopólicos que no le han permitido superar las causas que originan el enojo de su pueblo. En este sentido, cuando un pueblo se levanta en protesta, no hay que verlo como un enemigo sino como un seguro aliado para organizar la agenda y la casa.

Gobernar no es fácil en ningún contexto del mundo; pero es posible hacerlo con éxito cuando se hace con las banderas de la VERDAD y la SINCERIDAD.

Las fórmulas anestesiantes de la demagogia, la mentira y el populismo, ya no producen los efectos del pasado, sino que, por el contrario, generan INDIGNACIÓN, por la desesperanza y la BURLA que entrañan. Lo que está ocurriendo hoy día, requiere de algo muy elemental, pero esencial, para la suerte de la Republica: SINCERIDAD EN LA POLITICA, y en todo lo que de ella dependa.

La política, requiere de personas, no solamente coherentes, capaces y con vocación cívica, sino de pensamiento y acciones SINCERAS, que es la antinomia de la falsedad, el cálculo, el entrampamiento, la mentira y el acomodo.

La política como vehículo para acceder al poder debe dejar de ser un medio para el enriquecimiento a través de la corrupción. La política no se creó para esto sino para el servicio a la comunidad. Cuando se usa el poder para golpear alevemente al oponente, perseguir al discrepante y obstruir los motores de la riqueza y el trabajo, se produce la degeneración de los fines del poder.

La democracia no necesita para sanarse de sus males, de la destrucción de sus instituciones, sino de hombres y mujeres de todas las  edades, que con sinceridad, madurez, equilibrio, ponderación y responsabilidad, piensen todos los días en las formas para resolver los problemas del pueblo, y, no en los modos para recuperar con pingues ganancias la multimillonaria inversión que han aplicado para alcanzar sus destinos públicos.

Será todo un proceso que demande tiempo, pero las crisis son una oportunidad y catalizador positivo, no solo para descubrir nuevos valores humanos, sino para la renovación del panorama democrático mediante la escogencia de los más capaces y honestos

En Colombia es urgente que el poder se encamine y destine no para hacer desmesuradamente ricos a los más ricos, sino para que, sin frenar la producción de la riqueza y el trabajo que esta debe generar; se haga realidad el acceso a la educación de todos los jóvenes y correlativamente haya garantía de trabajo decente para desarrollar lo que aprendieron.

Lo anterior, no es un sueño romántico; es más que una posibilidad, una factible probabilidad, siempre y cuando haya coherencia entre lo que se dice, promete, anuncia, y, lo que se hace; cuando hay SINCERIDAD y NO CALCULO fariseo a la vieja usanza y estilo de los añejos y actuales dirigentes.

La sociedad de esta hora, es diferente y distinta; tiene memoria, los ojos abiertos y las antenas altas. Prefiere la protesta pacífica para desenmascarar, expresar su inconformidad y frustraciones, en lugar de alentar la insurrección armada, que al igual que el vandalismo anárquico, causan daño y desnaturalizan la legitimidad de sus objetivos.

El gobernante o príncipe, en el lenguaje de Maquiavelo, no debe prometer falazmente para estafar la buena fe del soberano popular, desconociendo desafiantemente, que éste “es superior a sus dirigentes”, y sabe pasar sus cuentas de cobro.

El príncipe debe entender, que el soberano (pueblo) con su grito de inconformidad advierte y alarga la espera de manera sabia. El príncipe no debe olvidar  que el soberano ya no es el rey,  sino el pueblo, y, que tiene poder para dar mandato, y quitar mandato.

Estamos encarando la eclosión de un nuevo pueblo, que se indigna fuertemente ante el engaño, la burla y que lo tomen por tonto, torpe y amnésico. Son nuevas masas que rechazan la corrupción y el ejercicio de la política como negocio y medio para el enriquecimiento ilícito y sin causa. Esta es una comunidad variopinta que se identifica en el repudio al político fariseo, que transpira vanidad y empapa  con saliva de  petulancia y arrogancia la investidura que ha comprado con el estiércol del diablo.

El soberano popular reclama persones que llenen la política de contenido sincero  y hagan de ella un instrumento para desbrozar el camino que conduzca al bienestar general antes que el aprovechamiento individual.

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