La Paz firmada con la guerrilla de las Farc entre el entonces presidente Juan Manuel Santos y Timochenko hizo pensar a algunos analistas y líderes políticos que superada la guerra se iniciaría el período del post- conflicto y que se transitaría hacia un Estado de equidad y justicia social que consolidaría no sólo una paz estable y duradera sino que –además- se distan- ciaría definitivamente del sendero de Estado fallido.
La realidad fue otra muy distinta. El embeleco presidencial de mostrar al mundo un modelo democrático- participativo ilusorio, fundado en una paz armada, lademagogia del miedo y el atraso ideológico y político, empezó por derrotar la refrendación popular de los acuerdos de paz en las urnas y continuó con la elección de un presidente que tenía como promesa de partido hacer trizas dicho acuerdo; Y, que siguió con la instauración de un gobierno que desconoció la paz pactada y condujo al rearme de las Farc y a un Estado fallido.
El presidente Duque pasa a la historia con ese tristemente célebre título de ser “El Sepulturero” del Estado posible, de la paz que ese aparato está llamado a viabilizar y de ser el autor de los cientos de víctimas que viene cobrando el Neoconflicto.
Nada más hay que oírlo cosechar los aplausos de sus áulicos cuando se refiere al paramilitarismo y a sus nexos con
sectores del Estado fallido. Según su versión de la historia en los tres o cuatro períodos presidenciales anteriores al gobierno del excelentísimo Señor Presidente Uribe nadie en Colombia tildó a gobierno alguno de paramilitarista, tildan así al gobierno que los sometió, los encarceló y los extraditó.
Fallida manera de contarse la historia entre tontos para desconocer la constituyente y la Constitución del 91 misma, en su constante de hacer trizas acuerdos que permitieran la construcción real de un Estado Social de Derechos.
Para el Señor Presidente Duque la historia de Colombia comenzó con él y gracias al Doctor Uribe, por eso sus gobiernos están por fuera del alcance del poder del largo brazo de la mano negra, no existe paramilitarismo no hay crímenes de Estado, no hay corrupción política, económica, electoral y la nación vive en orden y paz absolutamente legítimas.
En esas circunstancias cabe preguntarse ¿diálogo para qué?. Si no hay modo de construir el gran acuerdo y la confianza legítima en el respeto y cumplimiento de sus pactos que sirvan de base a la creación de una nueva nación y un nuevo Estado cierto, legítimo.
Se abre paso entonces a la participación social para la extrema defensa de la soberanía popular, en un movimiento
tal, que desemboque en la convocatoria a una gran Asamblea Nacional Constituyente capaz de promulgar una nueva Constitución Política que cree instituciones vigorosas, legítimas y con capacidad coercitiva.